“Ya nadie quiere la panadería”. No es una cuestión de dinero, ni de prestigio, ni de rentabilidad, ni de sociabilidad. Nadie quiere un trabajo tan esclavo como el de un horno de elaboración propia. Sin horarios, sin festivos, sin onanismos. Paradójicamente, produciendo un pan de calidad, a diferencia del habitual en las grandes ciudades. Milagros elabora el pan en Sarria (Lugo) como nadie. Lo hace ella sola, desde que Eliseo se fue para siempre, siendo aún joven para la tarea de la muerte, acción y oficio para la que nadie nunca, en vida, obtiene graduación suficiente. Ella sola con la ayuda de sus hijos en tareas de reparto y apoyo en días festivos y horas intempestivas, en las que la jefa recarga fuerzas para una jornada más.
Milagros no es pobre pues una panadería, la mejor en Sarria, da dinero para vivir con los lujos de un pueblo y las necesidades de una ciudad bien cubiertos. La de ella y la de sus hijos, con un nieto ya y otro en camino, que no les faltó de nada. Y, sin embargo, no encuentra comprador. Ni tan siquiera inquilino que apueste por el negocio, que lo es. Panes miles y empanadas a destajo, especialidades gallegas a todo ritmo que morirán al cruzar la esquina.
“Ya nadie quiere la panadería”, me dijo hace unos días. Hoy hemos comido con ella, con dos de sus hijos y su nieto. De esas comidas de casi cinco horas. Impagables. Ninguno de los cuatro seguirá con el negocio paterno de elaborar el pan y llevarlo a hoteles, albergues, restaurantes y a cualquiera que lo desease y lo pagase a precio de pueblo. Esto, pese a lo que pueda parecer, es una victoria del tándem Eliseo-Milagros, que han vencido siempre juntos al negocio, dejando riqueza a sus vástagos y dándoles a estos una educación y una formación que ya querrían para sí muchos de los fardones homenots de ciudad. El pan de calidad, el mejor, se perderá.
Un post demasiado romántico. Soy hijo de panadero y hay muchas cosas del día a día de una panadería que el post omite o da por supuestas. Por ejemplo la rentabilidad económica actual de una panadería rural es muy baja debido al descenso de población, a la competencia de los panes congelados y a las continuas inversiones que son necesarias por los cambios en la legislación sanitaria y laboral. El reciente caso del trabajador boliviano accidentado en Valencia en una panificadora es la punta del iceberg.
Solo la abnegada dedicación de autónomos como Milagros a los que les queda una pensión miserable después de una vida de trabajo en la que sus ahorros han ido a la educación y la crianza de los hijos y al pago de la vivienda, hacen posible la supervivencia de estos ¿negocios?.
Los hijos somos conocedores de esto y, en la mayoría de las ocasiones con pena, tenemos que cerrar la actividad y convertirnos en trabajadores por cuenta ajena.
Un cordial saludo de un lector habitual.