Los nacionalismos radicales tienen una extraña obsesión de atracción que debería ser objeto de estudio en alguna de las universidades más prestigiosas del mundo. Se podría analizar, para empezar, la empatía del independentismo catalán con el régimen cubano, también conocido como castrismo (al cuadrado). El último ejemplo de la simbiosis cubanocatalana lo hemos podido ver esta misma semana durante el viaje del vicepresidente autonómico de Cataluña, Josep-Lluís Carod-Rovira —dirigente de ERC—, a la isla caribeña. El político —si quieren saber más del personaje háganse con su caricatura firmada por Juan Abreu— ha ido a buscar ‘La Huella Catalana en el Caribe’, lo cual debería preocupar a las autoridades cubanas no sea que el rastro llegue hasta el siglo XV y en alguna de las prerrogativas del Parlamento autonómico les dé a sus señorías por reivindicar a la “siempre fiel” como parte de esa entelequia denominada Países Catalanes.
Podemos dejar a un lado los futuros hipotéticos y las declaraciones a la ligera, como la de evocar a unos 300 catalanes que murieron contra España en favor de la independencia de Cuba —¿cuántos catalanes morirían en favor de España? 3.803 exactamente, dato recogido por Jorge Ferrer del historiador Raúl Izquierdo—, porque la realidad es mucho más cruda, especialmente para los cubanos y sobre todo para los que están encarcelados por criticar al régimen. El viaje de Carod-Rovira ha tenido como objetivo promocionar un encuentro cultural que engloba diversas actividades (presentación de un libro, inauguración de una exposición y alguna conferencia), a las que lamentablemente no asistirán ni Fabrio Prieto, ni Rolando Jiménez Pozada, ni Antonio Ramón Díaz, ni Víctor Rolando Arroyo. Todos ellos en presidios cubanos acusados de realizar actividades tan peligrosas para el régimen como abogado, periodista o bibliotecario.
Nada más conocer que el vicepresidente catalán se desplazaría a Cuba, una formación política del Parlamento regional hizo lo que cualquier político con convicciones democráticas haría: exigir la defensa de las libertades individuales en la isla. Tres dirigentes de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), Carles Llorens, secretario de relaciones internacionales, Maria Rosa Fortuny, diputada autonómica, y Àngel Colom, responsable de inmigración, enviaron una carta a Carod-Rovira para que aprovechara el viaje y exigiera la libertad de diferentes presos políticos del castrismo. Parece ser que esto no entraba en el plan oficial del independentista.
Pero la advertencia —como si fuera necesario abrirle los ojos a todo un vicepresidente de una Comunidad Autónoma española— y exigencia de responsabilidad democrática a Carod-Rovira para con el pueblo cubano viene, al menos formalmente, desde 2007. Concretamente, el 13 de diciembre de 2007, el diputado autonómico —entonces de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía— José Domingo preguntó al vicepresidente regional, en la Comisión de Cooperación y Solidaridad, por el “tipo de acción [que] se ha hecho en Cuba en relación con el fomento de los derechos humanos” con el dinero de los catalanes. Respuesta: “lo que hay [en Cuba] es, primero, la presencia de unos hogares catalanes que existen en aquella isla y que, por lo tanto, como todas las entidades catalanas en el exterior, tienen derecho a unas ayudas determinadas, que esto se hace siempre, que se hace con normalidad y que se hace con regularidad”; y, en segundo lugar, desde Cataluña hemos ayudado a la “fabricación de sillas de ruedas”. ¿Es esto lo que entiende el señor Carod-Rovira por fomentar los derechos humanos? ¿Alguien le siguió la pista a las sillas de ruedas?
Pero no se piensen los cubanos que todos los catalanes son como sus representantes. Sólo son como Carod-Rovira, y el Gobierno regional que representa, la inmensa mayoría de los medios de comunicación. Les pondré un ejemplo protagonizado por la escritora Teresa Amat que, obstinada, envió una carta abierta al vicepresidente viajante que se han negado a publicar dos diarios, tal y como ella misma ha explicado en su blog.
Aunque tampoco podrá afirmar ninguno de mis conciudadanos que el pueblo catalán está manifiestamente a favor de las libertades democráticas en Cuba. Es decir, en contra de la actitud de Carod-Rovira demostrada esta semana en la isla. Será por los 3.803, documentados por Raúl Izquierdo, o por los alegóricos 300, contados a ojo de buen cubero por el dirigente independentista, la cosa es que el pasado 1 de febrero se produjo a las puertas del consulado cubano en Barcelona la representación de lo que es ahora mismo esa simbiosis entre Cataluña y Cuba: a la concentración convocada por exiliados cubanos para exigir el fin de la dictadura castrista se presentó a la contra-concentración el líder de Izquierda Unida en Cataluña, miembro de la Mesa del Parlamento autonómico y dirigente de una de las formaciones que componen el Gobierno regional —las otras dos son PSC y ERC, de esta última es dirigente Carod-Rovira—, el honorable Jordi Miralles. Junto a Miralles se pudo ver a un senador español. No mentiría si dijese que, tristemente, en algunos momentos de aquella mañana del mes de febrero había más concentrados a favor del régimen castrista que en contra de la dictadura.
El vicepresidente autonómico tendrá que responder en sede parlamentaria —es de esperar que en esta ocasión lo haga— a preguntas realizadas por el Grupo Mixto en relación al viaje a Cuba. Entre otras, el diputado autonómico Domingo ha presentado en el registro de la cámara catalana preguntas relativas a la “situación de los derechos humanos en este país” y la “situación de los disidentes políticos en la Cuba presente” y si el dirigente de ERC hizo alguna protesta o gesto diplomáticos para que en el país caribeño respete los DD HH. Quede en negro sobre blanco que no todos los catalanes somos Carod-Rovira, pese a la mayoría de nuestros dirigentes y de los medios de comunicación.