
Microlibrería barcelonesa Lino. / DTG
Microlibrería barcelonesa Lino. / DTG
Da que pensar. Lo ha escrito Pepe Albert de Paco con cierta diplomacia, un estilo que le caracteriza y un saber estar digno de elogio. Su texto condesa la despedida pública que le dimos a Iván Tubau en Les Corts hace un par de días. Sin más y sin menos. Murió Iván Tubau, fundador de Ciudadanos y uno de los 15 que hizo posible que ahora otros sueñen sin los riesgos de 2005. Fue, además y sobre todo, el primero de su promoción en TVE. E impartió clases en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). No importa. Ni el primero, ni los segundos y menos aún los terceros hicieron acto de presencia. Como dijo Daniel, su hijo, hablando en nombre de la familia: “Están los amigos y eso nos hace muy felices”. Pero no es justo. No lo es. En este país de mierda en el que a los muertos se les saca a hombros Tubau no se merecía una despedida así. La independencia de opinión, la libertad de criterio y la crítica a lo establecido (a lo políticamente correcto) tienen un precio despreciable que solo envilece a los que quedan vivos. Lamentable y patético por Ciudadanos (sobre todo para los que tienen las medallas y no tanto por los recién llegados; y con la excepción de Jordi Cañas); alucinante y bochornoso por TVE (cuya ausencia encumbró más la presencia del director de El Mundo Catalunya, Álex Sàlmon); y cutre y sectario por la UAB. Da que pensar, De Paco, da que pensar.
La clau que obre el pany
Escribo poemas
para que descubras
que no soy el mismo
que escribe poemas.
Poesía impura
Iván Tubau (1937-2016)
El editorial de hoy de El País. No hay socialismo español sin el PSC, dicen, y se sitúa entre “los jacobinos” y “los más federales”. ¡Qué alguien me presente a los primeros! La voz publicada de la familia socialista considera que es “manejable” que el PSOE sufra un par de crisis devastadoras -una es la presente- en su relación con el PSC cada 40 años. ¡Quia! Solo hay que contar en el Congreso de los Diputados las sillas con una rosa roja para comprobar cuan erróneo anda el editorialista. ¿Y qué decir del Parlamento de Cataluña? Pese a esto, lo más lamentable del texto de El País es el olvido y las anécdotas elevadas a categoría: “De hecho, no ha habido ningún primer ministro catalán desde el general Prim, hace ya algún tiempo. Mejor que nadie juegue con fuego”. Estanislao Figueras y Francisco Pi i Margall. Así está la familia socialista. Pero no importa, con fuego se queman otros.
“No”. “No”. “No”. “No”. Así han respondido cuatro responsables de medios de comunicación de Cataluña interpelados por la ausencia de los mismos en un congreso organizado por el Col·legi de Periodistes de Catalunya para reflexionar sobre “el momento actual que vive la información”, reivindicar “el periodismo en mayúsculas”, redefinir “nuestra profesión”, recuperar “la credibilidad y el respeto” y repensar “el Código Deontológico que inspira nuestras acciones”. ¿Os han invitado? “No”.
Es evidente que la Junta de Gobierno del Col·legi de Periodistes de Catalunya puede convidar a un evento que lleva su sello a quien considere oportuno, ¡solo faltaría!, pero es vergonzoso para la profesión que un congreso de estas características, con estos colores y esta marca, aparte a unos periodistas catalanes por motivos que se desconocen públicamente.
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Escribía Guy Sorman, este lunes, en este mismo diario en sus páginas más nobles que uno de los peligros del populismo es, sobre todo, el uso que este hace de las redes sociales en internet. “Nos preocupan los populismos, pero no prestamos suficiente atención a las técnicas de comunicación que les permiten prosperar”, escribía el escritor.
Sorman se refería así a los mundialmente conocidos Donald Trump, Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdogan y Viktor Orban, entre otros, pero también sin citarlos a nuestros populistas de barrio, esos que viven pegados a los 140 caracteres y que su mundo (que pretenden sea el nuestro) se circunscribe a eslóganes vacuos pero llenos de ji, ji, ja, ja.
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La opinión publicada, en su mayoría, tanto en Estados Unidos como en España, califican a Donald Trump como una persona arrogante, soberbia, engreída, demagoga, altiva, estrafalaria y hasta bizarra. El nuevo presidente de los Estados Unidos ha sido vilipendiado por la prensa, el Partido Demócrata, los Clinton y sus resortes, el mundo político internacional y hasta por el Partido Republicano, que en teoría es el suyo. Trump ha ganado contra todos los pronósticos. Y con la lógica política en su contra. El populismo también gana en Estados Unidos. Guy Sorman lo advertía hace unos días desde su tribuna de Abc. El problema no es el populismo en sí mismo (cuyas consecuencias pueden ser terribles) sino los mecanismos de comunicación que utiliza (que pueden ser la base del futuro). El mensaje y el lenguaje de Trump es plano y directo, y llega sin filtros a sectores de la población que no atienden a grandes elaboraciones. Necesitan sentir y se mueven en estos parámetros. Como les hizo sentir Barack Obama en 2008. Esta noche, cuando todavía no estaba confirmada la victoria de Trump, un hispano en la sede neoyorquina de los republicanos celebraba así el resultado: “Prefiero a un loco que a una corrupta”. Es un fallo del sistema, sin duda. Un fallo de análisis, por parte de la prensa (¡qué decir de los editoriales y portadas españoles en papel y televisión!). Y de comunicación y estrategia, por parte de los partidos tradicionales. ¿Pero qué pasó con Trump, en este caso? Quizás, tomárselo en serio cuando solo era un rumor, un excéntrico con dinero, con ribetes racistas y mensaje político duro. Obama lo humilló en público, ante los corresponsales de prensa en la Casa Blanca en 2011 y se rió de él, recientemente, en 2016. Nuestras carcajadas de ayer son temores de hoy. Tremendo.