A Fernando VII le hizo bueno su hija, en mayor medida a lo que Carlos IV hizo con su padre, Carlos III. Es de sobra conocido el vaivén político de Fernando VII, deseado y felón a partes iguales, para con la Constitución de Cádiz de 1812. Tras derogarla en 1814, la juró el 7 de marzo de 1820 (obligado por el pronunciamiento exitoso de Rafael del Riego del primero de enero de este año en Cabezas de San Juan y la posterior “imaginación popular” de la marcha de este por España, en palabras de un tal Karl Marx publicadas en el New York Daily Tribune el 2 de diciembre de 1854) y, tal y como consta en la Gaceta de Madrid (en un número extraordinario), lo que ahora sería el Boletín Oficial del Estado (BOE), el rey lo hizo para evitar posibles malentendidos y “siendo la voluntad general del pueblo”. Tres días después aparece el Manifiesto del Rey a la Nación, con su famoso “marchemos francamente, y Yo el primero, por la senda constitucional” (que se puede leer íntegramente en esta colección de decretos publicados en 1820). La “senda constitucional” duró apenas tres años. En 1823, el ejército francés entró en España para devolver al rey su absolutismo y una década ominosa al país. Casi 100.000 soldados llegaron y, prácticamente, sin resistencia convirtieron al deseado en felón para la historia. En esta ocasión no hubo ni guerrillas ni resistencia miliciana. En quince años, los militares franceses habían transformado su calvario español en un paseo militar. Para entonces, ya nadie se acordaba del manifiesto de 1820 y sus referencias al pueblo: “Me habéis hecho entender vuestro anhelo de que se restableciese aquella Constitución que entre el estruendo de armas hostiles fue promulgada en Cádiz el año de 1812, al propio tiempo que con asombro del mundo combatíais por la libertad de la patria. […] Marchemos francamente, y Yo el primero, por la senda constitucional, mostrando a la Europa un modelo de sabiduría, orden y perfecta moderación en una crisis que en otras Naciones ha sido acompañada de lágrimas y desgracias, hagamos admirar y reverenciar el nombre Español, al mismo tiempo que labrarnos para siglos nuestra felicidad y nuestra gloria”.