El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sincero. No dice nada que no supiéramos: que las redes sociales de internet le permiten saltarse el filtro de los medios. Impide, así, que se verifiquen sus mentiras antes de que inoculen con solo 140 caracteres o un simple insulto. Internet puede ser un peligro para la democracia si no se regula. En el país de Trump, la radio está regulada desde la década de los años 20 del siglo pasado. Y funciona. “Internet es el Salvaje Oeste”, explica hoy Pablo Pardo. “Un territorio sin ley”, añade. En el mundo de las predicciones, 2022 (a la vuelta de la esquina) es el año en que habrá más noticias falsas que ciertas volando por internet. Más trabajo para las redacciones.
Estados Unidos
El día que Trump decidió que sería presidente de los Estados Unidos
La opinión publicada, en su mayoría, tanto en Estados Unidos como en España, califican a Donald Trump como una persona arrogante, soberbia, engreída, demagoga, altiva, estrafalaria y hasta bizarra. El nuevo presidente de los Estados Unidos ha sido vilipendiado por la prensa, el Partido Demócrata, los Clinton y sus resortes, el mundo político internacional y hasta por el Partido Republicano, que en teoría es el suyo. Trump ha ganado contra todos los pronósticos. Y con la lógica política en su contra. El populismo también gana en Estados Unidos. Guy Sorman lo advertía hace unos días desde su tribuna de Abc. El problema no es el populismo en sí mismo (cuyas consecuencias pueden ser terribles) sino los mecanismos de comunicación que utiliza (que pueden ser la base del futuro). El mensaje y el lenguaje de Trump es plano y directo, y llega sin filtros a sectores de la población que no atienden a grandes elaboraciones. Necesitan sentir y se mueven en estos parámetros. Como les hizo sentir Barack Obama en 2008. Esta noche, cuando todavía no estaba confirmada la victoria de Trump, un hispano en la sede neoyorquina de los republicanos celebraba así el resultado: “Prefiero a un loco que a una corrupta”. Es un fallo del sistema, sin duda. Un fallo de análisis, por parte de la prensa (¡qué decir de los editoriales y portadas españoles en papel y televisión!). Y de comunicación y estrategia, por parte de los partidos tradicionales. ¿Pero qué pasó con Trump, en este caso? Quizás, tomárselo en serio cuando solo era un rumor, un excéntrico con dinero, con ribetes racistas y mensaje político duro. Obama lo humilló en público, ante los corresponsales de prensa en la Casa Blanca en 2011 y se rió de él, recientemente, en 2016. Nuestras carcajadas de ayer son temores de hoy. Tremendo.
Trabucar conceptos
Suele ocurrirle a una gran mayoría de personas, que hablando o escribiendo, confunden el concepto con la extensión cómoda y adoptada de este, lo cual acaba por transformar, o pervertir cuando menos, el significado real del concepto originario. ¿A qué me estoy refiriendo?
En ocasiones, para referirnos al Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, que así se denomina, acortamos el término –tanto hablando como escribiendo- hasta el punto que lo reducimos a Gran Bretaña o Inglaterra. Pervirtiendo claramente el lenguaje y su significado. Es evidente que no es lo mismo Gran Bretaña que Reino Unido –término este último único aceptable a la hora de abreviar el nombre real-, ya que el primer término nos sitúa en un plano geográfico y el segundo en una división administrativa (o política). Lo mismo ocurre cuando llamamos ingleses a todos los ciudadanos del Reino Unido, ignorando por completo a los escoceses, galeses o norirlandeses. ¿Acaso podríamos decir que los españoles son los únicos ibéricos? No creo que los portugueses y los andorranos –menos aún los gibraltareños- estuviesen muy de acuerdo, además de no ser cierto, claro.
Algo similar ocurre con el término América. En según qué contexto el escribiente o hablante puede estar refiriéndose al continente americano, en su conjunto, sólo al norte del continente o, sin más, a la nación denominada Estados Unidos de América. E incluso, como le ocurrió recientemente a uno de nuestros ministros, confundir la denominación de los Estados Unidos de América por la de Estados Unidos de Norteamérica. Nombre este último que no corresponde a ninguna nación existente de momento.
Ejemplos como estos podemos encontrar muchos, lamentablemente, como el de asociar –cada vez menos- Rusia con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (U.R.S.S.). Y, por lo tanto, llamar ruso a un ciudadano ucraniano o lituano, cuando en realidad todos eran soviéticos, pero no todos rusos. Aunque tras la descomposición de la U.R.S.S., a partir de 1991, vamos aprendiendo que no es lo mismo un ruso que un bielorruso.
El uso incorrecto de los términos, definiciones y denominaciones, tanto geográficos y políticos como históricos, que están bien definidos y reglados para que nos podamos entender todos, suele ser algo casi inconsciente y de forma inocente. Pero no siempre. Hay casos en los que la perversión o tergiversación del lenguaje –las palabras que lo forman- es de forma deliberada y con la intención de cambiar su correcto y actual significado. Un ejemplo muy significativo de este último tipo de engaño lingüístico-conceptual es el que utilizan, habitualmente, los políticos para argumentar y legitimar ciertas actitudes y posturas basándose en historias pasadas.
Así, denominar a lo que en un tiempo fue la Corona de Aragón como Corona (¡o Federación!) catalano-aragonesa es, cuando menos, faltar a la verdad. De la misma manera que enfrentar realidades como Galicia y España, como si el primer término no estuviese implícito en el segundo, es trastrocar los conceptos que definen.
Pero cuidado, en realidad, estos últimos dos ejemplos más bien parecen un intento de cambiar la historia en lugar de un error conceptual inocente, lo cual es mucho más grave.
Diario Siglo XXI