““La lengua propia de Cataluña es el catalán”, reza el Estatut, luego el resto son impropias, lo mismo el castellano que el urdu. Da igual que el castellano sea la lengua materna de la mayoría de los catalanes, porque la lengua materna ya no importa, esa pantalla ya la hemos pasado, por utilizar ese lenguaje infantiloide tan en boga. Resulta que la única lengua propia –un concepto que no existe en ningún otro ordenamiento jurídico– de Cataluña es el catalán. Los nacionalistas personifican la nación y la lengua y tienden a despersonalizar al individuo, al ciudadano. A diferencia de la Constitución de 1978, que supera el nacionalismo lingüístico castellanista del franquismo al hablar de las “demás lenguas españolas” en referencia al catalán, el gallego y el euskera, el Estatut no considera recíprocamente el castellano una lengua catalana, precisamente porque ese artículo del Estatut se fundamenta en el dogma del nacionalismo lingüístico en que, por otra parte, se basa la invención del derecho a decidir. “Lengua propia” y “derecho a decidir”, dos conceptos correlativos inventados por los nacionalistas para ajustar la realidad a sus propósitos. No es casualidad que los nacionalistas desechen ahora el concepto de lengua materna, que tanto utilizaron durante la dictadura y la transición, y lo sustituyan por el concepto de lengua propia, mucho más adecuado a su proyecto regresivo de construcción identitaria. Insisten en identificar lengua, nación y Estado. Para ellos, los catalanes somos una nación porque tenemos una única lengua propia, y precisamente porque somos una nación tenemos derecho a constituir un Estado independiente. De la lengua propia al derecho a decidir y tiro porque me toca”.
Ignacio Martín Blanco, politólogo y periodista, en Cuadernos de Pensamiento Político, número 51 (julio 2016)