Internet no acabará con nada

[El libro] no morirá nunca. Se decía que la televisión acabaría con la radio, y tampoco acabó con el cine, ni Internet acabará con nada. El mundo del desarrollo tecnológico es fascinante, llegará a las aldeas, hará más lectores, y todo el mundo saldrá beneficiado.

Carmen Balcells, agente literaria

“Ya nadie quiere la panadería”

“Ya nadie quiere la panadería”. No es una cuestión de dinero, ni de prestigio, ni de rentabilidad, ni de sociabilidad. Nadie quiere un trabajo tan esclavo como el de un horno de elaboración propia. Sin horarios, sin festivos, sin onanismos. Paradójicamente, produciendo un pan de calidad, a diferencia del habitual en las grandes ciudades. Milagros elabora el pan en Sarria (Lugo) como nadie. Lo hace ella sola, desde que Eliseo se fue para siempre, siendo aún joven para la tarea de la muerte, acción y oficio para la que nadie nunca, en vida, obtiene graduación suficiente. Ella sola con la ayuda de sus hijos en tareas de reparto y apoyo en días festivos y horas intempestivas, en las que la jefa recarga fuerzas para una jornada más.

Milagros no es pobre pues una panadería, la mejor en Sarria, da dinero para vivir con los lujos de un pueblo y las necesidades de una ciudad bien cubiertos. La de ella y la de sus hijos, con un nieto ya y otro en camino, que no les faltó de nada. Y, sin embargo, no encuentra comprador. Ni tan siquiera inquilino que apueste por el negocio, que lo es. Panes miles y empanadas a destajo, especialidades gallegas a todo ritmo que morirán al cruzar la esquina.

“Ya nadie quiere la panadería”, me dijo hace unos días. Hoy hemos comido con ella, con dos de sus hijos y su nieto. De esas comidas de casi cinco horas. Impagables. Ninguno de los cuatro seguirá con el negocio paterno de elaborar el pan y llevarlo a hoteles, albergues, restaurantes y a cualquiera que lo desease y lo pagase a precio de pueblo. Esto, pese a lo que pueda parecer, es una victoria del tándem Eliseo-Milagros, que han vencido siempre juntos al negocio, dejando riqueza a sus vástagos y dándoles a estos una educación y una formación que ya querrían para sí muchos de los fardones homenots de ciudad. El pan de calidad, el mejor, se perderá.

Héroes como Saviano

Dice Roberto Saviano que añora los momentos en los que era un anónimo ciudadano paseando por las calles italianas o podía comer pizza con sus amigos sentado en alguna terraza. Lo recogía The Times este martes en un artículo de opinión firmado por el escritor y nos regalaba un abstract Público este jueves. Ser héroe es algo que ya no se lleva; héroe como los de antes, claro. Héroes como Saviano. Héroes como todos los ciudadanos del País Vasco -y del resto de España, por extensión y explosión- amenazados, por activa o por pasiva, por ETA. Héroes como los colombianos -y aquí Chávez y Correa tienen mucho de culpa- que viven bajo la tensión de no saber si esta noche dormirán en casa o en la selva con las manos atadas. Héroes como las mujeres de Ciudad Juárez, en México.

Pero los héroes, los más notorios y los menos públicos, los voluntarios -como Saviano- y los involuntarios -como las mujeres de Juárez-, son nuestros héroes. Es imposible ponerse en el lugar del escritor italiano cuando describe su vida como la rutina de portar encima, y siempre rodeado de guardas de seguridad, tres bolsas: “una con calcetines, calzoncillos, camisetas, pantalones, una chaqueta y algunas camisas. Más una con medicinas, cepillo y pasta de dientes y un cargador de móvil, y otra llena de libros y papeles y mi ordenador. Es todo”. ¿Quién no puede odiar este tipo de vida cuando echa la vista atrás y se ve rodeado de amigos?

La heroicidad tiene un precio, siempre lo ha tenido, y la sociedad y los estados no deberían olvidarse de aquellos que la hacen posible. Sin héores, como los de antes, como Saviano, los malos -y no los de las películas- siempre ganan.

No pudo ser, pese…

…a las buenas intenciones:

España, plata en el mundial de waterpolo

Cosas del periodismo patrio

Lo peor de todo es que no sabemos quién dice la verdad