Los agraviados catalanes

En 1823 se ponía fin al segundo periodo liberal de la España del siglo XIX. Fernando VII, con la ayuda del ejército francés1 -al que la guerrilla civil había expulsado solo diez años atrás-, puso en marcha lo que tiempo después se conocería como la Década Ominosa. A partir de ese momento, las dos facciones que se disputaban el control político del país, liberales y absolutistas, se fraccionaron y un sector radicalizado de los segundos dio lugar a los realistas o realistas apostólicos.

Estos exaltados, que desde 1820 estaban presionando al rey por su complacencia con los liberales, aspiraban a la implantación (o, más bien, recuperación) de la monarquía absolutista, la recuperación de la Inquisición y la aplicación inflexible del catolicismo como única religión de España.

Ya en 1822 dieron un primer golpe.2 Es lo que se dio a conocer como la Regencia de Urgel, y tuvo focos en Navarra y Vizcaya. La rebelión fue sofocada. Sin embargo, el país vivía en una inestabilidad permanente desde 1808. Solo entre 1814 y 1823 se intentaron ocho pronunciamientos militares de cierta relevancia, incluidos los triunfantes de Elío (1814) y Riego (1820).

Así, con la Guerra de Independencia en un pasado bien reciente (una auténtica guerra de guerrillas), en 1827 se produjo en Cataluña la revuelta de los agraviados o malcontents, que se concretó en el campo y en las pequeñas ciudades más que en Barcelona y en los focos obreros3 de la costa catalana. A los motivos políticos -antes citados- se unieron los sociales y laborales.

Está por demostrar que los agraviados catalanes, realistas exaltados, fueran el embrión del carlismo en Cataluña, que se desbordó con toda su fuerza a partir de 1833 tras la muerte de Fernando VII y que dio lugar a la primera de las guerras civiles españolas del siglo XIX. Sin embargo, las obras historiográficas que estudian y explican el carlismo están obligadas a citar y exponer que los agraviados de 1827 compartían un malestar político que, como mínimo, es defendido poco después por el pretendiente al trono y tío de la reina Isabel II, el infante don Carlos María Isidro.

Esta discusión historiográfica cuenta con dos obras punteras que exponen sus puntos de vista. Jaume Torras Elías (1967) señaló que el carlismo en su fase inicial es lo que defendieron los agraviados catalanes. Cinco años después, Federico Suárez respondió a este intentando desmontar las posibles conexiones entre la protesta de los realistas y el movimiento que se tradujo en tres guerras civiles:4 la iniciada en 1833 (hasta 1840), la que se desarrolló entre 1847 y 1849, y la que tras cuatro años finalizó en 1876.

Por si esto no fuera suficiente, con el pasar de los años se consideró que el carlismo catalán (“Dios, Patria y Rey”) guardaba relación con el catalanismo político (esa “Patria” sería Cataluña, y no España) de ese mismo siglo XIX y los inicios del XX. Pere Anguera, sin embargo, en su Déu, rei i fám. El primer carlisme a Catalunya, advierte de que el carlismo catalán debe ser analizado con sumo cuidado. “Dios” y “Rey”, sin duda; pero “Patria”… “ni la catalana, ni la española juegan ningún papel determinante, pero con todo, si alguna tradición patriótica se reivindica es la española, la de la unidad y la uniformización, la Nueva Planta y algún rey de Castilla y sus leyes, ninguna ley ni ningún rey catalán”.5

Al margen de estas discusiones (que de momento se inclinan a favor de los partidarios6 de considerar a los agraviados carlistas en fase embrionaria), no cabe duda de que la rebelión tuvo su importancia -llegó a ser tratada en el Consejo de Ministros- y supuso una fuente de preocupación para el rey, que le obligó a visitar Cataluña para sofocar, por un lado, tranquilizar, por otro, y reprimir, finalmente, cualquier intento de descontrol y desestabilización del altar y el trono en esta parte de España.

La rebelión

Con fecha de 1 de noviembre de 1826 aparece a primeros de 1827 el Manifiesto de la Federación de realistas puros. Todo indica que la autoría del texto es obra de los liberales7 y cuyo objetivo podría haber sido el de desprestigiar a los realistas. El manifiesto justifica el pronunciamiento de 1820 (de corte liberal) y, sobre todo, carga duramente contra Fernando VII. Demasiado cambio en tan poco tiempo como para que estas letras saliesen de un grupo de realistas. Hasta este momento, los escritos, las proclamas y los panfletos de los exaltados criticaban a los que rodeaban al rey pero no su persona.

Sea como fuere, ese texto provocaba e incitaba a la revuelta. El 26 de febrero de 1827, el ministro de Gracia y Justicia firmó una Real Orden por la que se instaba a perseguir “a los que expendan o retengan el infame libelo”. Ya era tarde.

Solo unos días después, el 11 de marzo, en Tortosa se produjeron las primeras conspiraciones realistas. Al frente de estas estaban Trillas y Llevet. El 1 de abril, pasó lo mismo cerca de Gerona. Narcís Abrés8 estuvo a la cabeza. La revuelta, a fuego lento, va calentando Cataluña durante cuatro meses: Manresa, Vic, Olot…

El punto de no retorno se produce el 30 de julio de 1827. Es la proclama de Josep Bosoms en Berga; un texto que recoge los objetivos que los realistas, ahora agraviados con armas, extienden como reclamaciones irrenunciables. En estas líneas, además, Bosoms9 -debido a las acusaciones que ya recaían sobre ellos- desliga el movimiento de los agraviados con las incipientes y tímidas propuestas en favor de don Carlos y en contra de Fernando VII: “No son nuestras quejas y clamores contra nuestro Rey; tampoco intentamos que renuncie de modo alguno el gobierno de esta desgraciada nación en ninguno de sus augustos hermanos: nada con Carlos, nada con Francisco, y el que sea osado sólo de proferir esta calumnia que por los infames se nos atribuye, en el hecho mismo será envuelto en el crimen y castigado con más severidad que acaso lo haría el mismo Rey Fernando”.

Sin embargo, estaba justificada la relación de los agraviados con el infante don Carlos. O al menos se puede justificar que así lo pensara la población, y desde luego los gobernantes. Un documento, fechado el 7 de abril de 1827, del cónsul francés en Barcelona señala que los levantados gritaban: “Viva el Rey Carlos V, viva la Santa Inquisición, muerte a los negros,10 fuera los franceses”. Y poco antes, el 21 de febrero de ese año, el nombre de Carlos V resonó en la reunión del Consejo de Ministros. Estos estudiaron los documentos anónimos que recibieron el obispo de Oviedo y “otras autoridades” señalando que existían medallas con “la leyenda de Viva Carlos V”.

La insurrección llegó también a Valls y Reus, bajo las órdenes de Joan Rafí Vidal; y los agraviados constituyeron en Manresa una Junta Superior Provisional de Gobierno del Principado de Cataluña. A las órdenes de esta Junta, en mayor o menor compromiso y durante su máximo esplendor, llegaron a servir entre 25.000 y 30.000 hombres.11 Además, los campesinos no solo recibían una paga por unirse a los agraviados (cobraban más que una peonada por cada día) sino que estaban bien organizados y hasta con un diario, El Catalán Realista, cuyo primer número12 aparece el 4 de septiembre de 1827.

De Manresa salió también en verano la proclama de Agustí Saperes, conocido como Caragol, hombre que se situó al frente de la Junta Superior. Saperes13 envió un mensaje a los “españoles buenos” indicándoles que había llegado el momento de que “los beneméritos realistas vuelvan a entrar en una lucha más sangrienta quizás que la del año veinte”. E insiste en “la fidelidad de las tropas sublevadas” al rey Fernando VII.

El viaje de Fernando VII y el fin de la revuelta

Para evitar males mayores14 y que los exaltados pudieran, primero, recibir ayuda regular de otras zonas de España, y segundo, que la protesta (cabe recordar que social y laboral, sobre todo) se extendiera masivamente, el rey Fernando VII adopta dos decisiones importantes. Desde mediados de septiembre, el marqués de Campo Sagrado es remplazado por el conde de España15 al frente de la capitanía general de Cataluña, y el monarca decide viajar a Cataluña “para demostrar que era falso que no tuviera plena libertad de actuación”.

El rey parte el 22 de septiembre. Llega a Vinaroz (Castellón) el 26. El 28 está en Tarragona y escribe una proclama que empieza así: “Catalanes, ya estoy entre vosotros” y desmiente que estuviera prisionero por los liberales. Fernando VII pone en marcha una doble política, acercamiento a la sociedad y burguesía catalanas y mano dura contra los rebeldes. A estos, pese a todo, les pide que depongan las armas a cambio de ciertos perdones. La mayoría de los agraviados escucha al rey y acepta dejar las armas. Pero no todos.

Algunos rebeldes se mantuvieron en pie de guerra hasta finales de octubre, momento en que la revuelta se da por sofocada. El conde de España imprimió su carácter en Cataluña. Represión sin concesiones.16 Una decisión que se agravó tras la salida del rey de la región y el incumplimiento en algunos casos de las promesas y los acuerdos de perdón que había anunciado Fernando VII.

El 7 de noviembre morían Rafí Vidal y Olives, jefes del alzamiento de Tarragona. El día 18 fueron ejecutados Joaquim Laguàrdia y Miquel Bericart, jefes de las acciones en Tortosa y el Priorato. Poco después murieron Rafael Bosch i Ballester, jefe de los sublevados de Mataró y de Gerona; Narcís Abrés; Jaume Vives; Josep Rebusté. El último agraviado en caer fue Bosoms, el 13 de febrero de 1828. Fue fusilado en Olot.

La guerra de 1827 fue un conflicto político e ideológico, pero también social. ¿Por qué surgió, casi exclusivamente, en Cataluña? Responde Jordi Canal, uno de los especialistas (quizás el mejor)17 en la historia del carlismo: “El malestar que se vivía en aquellos años en Cataluña como consecuencia de la crisis económica, tanto en la industria rural como en el sector de la agricultura especializada, favorecía, sin duda alguna, el estallido de una revuelta. La relación entre las áreas empobrecidas y las principales zonas de arraigo del movimiento agraviado -y, con posterioridad, del carlismo catalán- parece evidente. […] La suma de malestares, descontentos y agravios -más oportunismos, que nunca faltaron, y alguna situación próxima al bandolerismo-, en muy diferentes estadios, iba a ser nuevamente amparada y representada por un movimiento contrarrevolucionario”.18

Tras estos sucesos, los realistas se vieron “defraudados” por Fernando VII, en opinión de Ángel Bahamonde y Jesús Antonio Martínez, por lo que el paso, un pequeño salto, a defender al infante Carlos era cuestión de poco tiempo. A partir de entonces, la disputa al trono se convirtió -ya en toda España- en una cuestión de legitimidad entre dos reyes que se tradujo en tres guerras civiles durante el siglo XIX.

  1. La ayuda extranjera se acordó en los congresos de Troppau y de Verona. El duque de Angulema entró en España al frente de un ejército francés compuesto, según algunas fuentes, por 130.000 militares, conocido con el nombre de los Cien mil hijos de San Luis.
  2. Manel Risques, en Història de la Catalunya contemporània. De la guerra del Francès al nou Estatut, Editorial Pòrtic, 2006, cifra el seguimiento de este movimiento realista inicial “entre 12.000 y 16.000 hombres” (páginas 56 y 57).
  3. Según Manuel Tuñón de Lara, en La España del siglo XIX (Editorial Laia, 1974), en 1792 entre Barcelona, Mataró, Arenys de Mar y Reus, sobre todo, se concentraban 80.000 trabajadores de la industria textil algodonera.
  4. Jaume Torras Elías, La guerra de los Agraviados. Publicaciones de la Cátedra de Historia General de España de la Universidad de Barcelona, 1967. Y Federico Suárez, Los agraviados de Cataluña (volumen primero). Ediciones Universidad de Navarra, 1972.
  5. De ahí que Anguera ponga en duda que el primer carlismo pueda tener conexión histórica con el catalanismo político de finales del XIX.
  6. Los ejemplos son muchos. Así, Ángel Bahamonde y Jesús A. Martínez consideran que agraviados y carlistas “son las piezas de un mismo discurso” (en Historia de España. Siglo XIX. Cátedra, 1994); Joan Mañé i Flaquer, en 1856, recuerda que en su familia siempre se había considerado un movimiento carlista la revuelta de los agraviados; o Albert Balcells (en Història de Catalunya) indica que “la Revuelta de los Agraviados fue el precedente de la Primera Guerra Carlista”.
  7. Otra posibilidad, no descartada, es que el origen del manifiesto esté en Portugal. Carlos María Isidro de Borbón se casó en 1816 con su sobrina María Francisca, hija de su hermana Carlota Joaquina y el rey portugués Juan VI.
  8. También conocido como Pixola o Carnisser, una mezcla de guerrillero y ladrón de caminos.
  9. Josep Bosoms también era conocido como Jep dels Estanys. En el momento de la revuelta tenía 66 años. En la Guerra de la Independencia fue “miquelet, desertor, ladrón y contrabandista”, según Josep Fontana (en Història de Catalunya. Edicions 62). Bosoms combatió contra los liberales entre 1820 y 1823 y no recibió la recompensa que creía debía tener tras ello, por lo que su implicación en la revuelta de los agraviados fue por despecho o desengaño.
  10. Así era como se llamaba a los liberales durante esos años.
  11. Fontana rebaja estas cifras a entre 11.189 hombres -que es el cálculo que la Audiencia de Cataluña obtiene de sumar las relaciones que le han enviado desde cada corregimiento- y algo más de 22.000, según las fuentes francesas. Jaume Torras, sin embargo, se acerca más a esta segunda cifra: el movimiento de los agraviados “movilizó en el verano de 1827 entre veinte y treinta mil hombres en Cataluña”. Sea la cifra que fuere, sí se sabe que fueron Manresa, Vic y Cervera las ciudades donde más seguidores se unieron a la revuelta.
  12. Se publicaron solo 13 números hasta el 2 de octubre, aparecía tres veces por semana.
  13. Saperes fue soldado de la Marina antes de la Constitución de 1812 y “hombre de mucha influencia en Barcelona y sus alrededores, al que se suponía en estrecha relación con los frailes de Montserrat”, según Fontana.
  14. La revuelta se inicia en Cataluña pero se extiende, en mucha menor medida, a Aragón, Valencia, País Vasco y la zona manchega de Castilla durante todo 1827 y 1828.
  15. Fue el primer conde de España. Respondía al nombre de Carlos d’Espagnac, militar francés al servicio de España, y fue un personaje “estrambótico” y “siniestro”, tal y como recuerda Juan Carlos Losada en el artículo El fanático reaccionario publicado en El País el 15 de enero de 2006.
  16. El conde de España, durante el tiempo que fue responsable de la capitanía general de Cataluña (hasta 1832), “fusiló a treinta y cinco personas sin formación de causa, envió a cuatrocientas a presidio o galeras y desterró a otras quinientas con inculpaciones como la siguiente: ‘Por informes obtenidos sobre su conducta'”, en La España del siglo XIX (Editorial Laia, 1974), de Manuel Tuñón de Lara.
  17. Canal es profesor en l’École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (Francia).
  18. El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España (Alianza Editorial, 200), Jordi Canal.