La estelada —estrellada, con estrellas— que inventó el coronel Macià [falso, la estelada la creó Vicenç Albert Ballester, que entre otras muchas cosas firmaba artículos de prensa bajo el pseudónimo VIC I ME, es decir: Visca la Independència de Catalunya i Mori Espanya] como símbolo secesionista, en la estela de la emancipación cubana, es una bandera defectuosa [¿imperfecta?].
Es facciosa [bien, admitimos ya, que o bien es símbolo de la rebeldía armada o de la perturbación pública], porque representa solo a una facción de la ciudadanía catalana. Es antinacional, porque se pretende opuesta al símbolo nacional catalán por excelencia, la senyera, consagrada como oficial en el Estatuto. Y carece de tradición democrática [vamos bien], porque durante la dictadura los jóvenes rebeldes nos congregábamos a la sombra de las cuatro barras (y de la bandera roja): y su competidora, hélas, nunca comparecía [¿eing? ¿No será carente de democracia por eso, no? ¿O acaso también tiene dicha carencia la bandera de Barcelona?]. Pero las personas que la llevan, la ondean y se enorgullecen de ella merecen todos los respetos [por supuesto], porque en su nombre no se ha cometido ningún crimen [¡hombre, hombre, hombre! ¡Qué frágil es la memoria! ¡Pero mucho, mucho, mucho!]. Y porque constituye emblema de un sueño pelín disparatado y bastante nocivo [¿seguro que es nocivo?], pero que no engendra violencia [pues sí, sí la genera]. De modo que entonemos, con Voltaire: “No comparto tu opinión, pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarla” [pues no, no es una frase de Voltaire, como bien sabe Junqueras…].
[Y con estos mimbres, al grano, que ya hemos blanqueado la bandera] La prohibición de la estelada en la final de la Copa [del Rey] no encaja en los supuestos previstos en la ley contra la violencia en el deporte. Porque no “incita, fomenta o ayuda” a “comportamientos violentos o terroristas” (art. 2, b) [no me deje el artículo de la ley a medias, aquí está todo, enterito, con ese final tan ambiguo, sí, pero tan evidente: “La exhibición en los recintos deportivos, en sus aledaños o en los medios de transporte organizados para acudir a los mismos de pancartas, símbolos, emblemas o leyendas que, por su contenido o por las circunstancias en las que se exhiban o utilicen de alguna forma inciten, fomenten o ayuden a la realización de comportamientos violentos o terroristas, o constituyan un acto de manifiesto desprecio a las personas participantes en el espectáculo deportivo”] nunca lo ha hecho [como hemos visto en los párrafos anteriores, ¿no?], a diferencia de la bandera nazi o la franquista [¿está comparándolas?]. Y porque tampoco supone de por sí un “acto de manifiesto desprecio” a los participantes en el partido de fútbol [claro, exhibir una bandera que no es deportiva y que representa el anhelo de unos cuantos de romper un país, el mismo del que se aspira conseguir deportivamente un trofeo, es, supongo, un aprecio, y no un desprecio, hacia todos los ciudadanos de este país, pero no lo sabemos ver…].
Al contrario, su exhibición está protegida por la libertad de expresión consagrada en la Constitución (art. 20) [que no se pone en duda con la restricción de hacerlo en un espacio deportivo, ¿o es que se ha prohibido exhibir la estelada en los ámbitos políticos o particulares, por ejemplo, y no nos hemos enterado?], que tanto costó. Quien la restrinja, actúa contra la Constitución democrática. Es lo que ha hecho la delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa [y que decidirán los tribunales, ya que el F.C. Barcelona ha recurrido la decisión, aunque no queda claro qué decisión, ¿la de aplicar la ley? Los tribunales dirán]. Y el Gobierno constitucional [“Constitución democrática”, “Gobierno constitucional”] aún no la ha despedido.
[Y ahora la retraca final, por si había dudas, no vaya a ser que su decisión sea la más correcta, pero como tiene un padre, y un abuelo, y un bisabuelo, ya tenemos la excusa para ad hominem decir lo que me venga en gana sobre sus opciones políticas] Pero ¿quién es esta Dancausa? Es una segundona [¿segundona?] de Ana Botella que justificó [¿justificó?] el desastre del Madrid Arena; una enemiga [¿enemiga?] de los derechos de las mujeres y los homosexuales; una exmandataria del postsindicato vertical. Y una detractora [¿detractora?] del cambio de callejeros franquistas. Y con razón: así preserva en una calle de Burgos el nombre de su padre, Fernando, el falangista de segunda hora oportunista, el cofundador de la Fundación Francisco Franco, el militante contrario a la reforma política de Adolfo Suárez [y, por lo tanto, no importa lo que haga porque tiene el pecado original; debe ser cosa de este país, porque, claro, es el único en el que se prohíbe o restringe el uso de banderas, no como en Estados Unidos, Francia, Sudamérica o Europa].
Nadie es culpable por tener un padre fascista. Pero sí por obrar como él [¡Ah! Entendido, es que no quedaba claro, Dancausa es fascista, ¿no?]. Contra España [vivimos mejor].
Xavier Vidal-Folch
En El País, viernes, 20 de mayo de 2016